¿Cómo se lleva acabo en Mixquic?
El Día de Muertos en San Andrés Mixquic es conocido por su famosa ‘Alumbrada’ en la que cientos de personas se reúnen en el panteón del pueblo para ofrendar a sus muertos. San Andrés Mixquic es un pueblo ubicado en la alcaldía de Tláhuac, al sur de la Ciudad de México. Popular por sus brillantes ofrendas, Mixquic es uno de los lugares más emblemáticos del centro de México durante los primeros días de noviembre.
La bienvenida
A pesar de la urbanización, Mixquic es un pueblo que lucha por mantener sus tradiciones. Según sus pobladores, los primeros espíritus en llegar son los niños. Al día de hoy, hay personas que al mediodía del 31 de octubre salen a las calles gritando los nombres de los menores fallecidos en sus familias para que no pierdan el rumbo. En la entrada de las casas hay pétalos de cempasúchil que ayudan a mostrar el camino hacia la ofrenda, acompañando a las veladoras que no pueden faltar en ningún altar.
Los difuntos infantiles se quedan un día entero disfrutando de los manjares que se les ofrendó y de la compañía de sus seres queridos. A mediodía, se van y en su lugar llegan los difuntos mayores quienes se quedan hasta el mediodía del 2 de noviembre. Es entonces cuando la despedida se transporta al panteón de San Andrés Mixquic...
La Alumbrada de Mixquic
Aunque el panteón de Mixquic no es particularmente grande, tiene la capacidad de acoger a cientos de personas que van a visitar a sus difuntos. Niños, niñas, personas de la tercera edad se reúnen en torno a las lápidas y las decoran con flores. Hay risas, lágrimas, abrazos y despedidas. Es el fuego en las velas lo que alumbra el camino de los difuntos de regreso al más allá.
El colorido de los altares y la calidez que llena el aire pueden confundirnos, pero el duelo en los ojos de quienes cargan kilos de flores nos aclaran todo. La ceremonia es íntima y solemne. Los pasillos del cementerio son casi intransitables y los visitantes sabemos que no podemos quedarnos mucho tiempo.
Afuera del cementerio, todo es diferente. Hay música, baile y comida callejera; las cámaras y sus flashes son capaces de deslumbrar a cualquier transeúnte y el acento extranjero de los visitantes nos hace pensar que lo que alguna vez fue una ceremonia sagrada es cada vez más un recorrido turístico.
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